El 2 de junio del año próximo se cumplirán 80 años del fallecimiento del doctor Ramón J. Cárcano, dos veces gobernador de Córdoba, director de Correos, presidente del Consejo Nacional de Educación, diplomático, historiador, miembro de las academias nacionales de Historia, Letras y Agronomía y Veterinaria, prolífico escritor y hombre de campo.
En su autobiografía Mis primeros ochenta años recordó que compró en 1886 a la Compañía de Tierras del Ferrocarril Central Argentino “un lote de campo en inmediaciones de Villa María, sobre el río Tercero, a doce pesos casa cuadra, pagaderos en cinco años sin intereses. Son condiciones normales de venta establecidas por la empresa para colonizar las tierras de la concesión”. También le ofrecieron lotes en otros lugares, pero decidió su compra al tener a la vista un parte del general Juan Bautista Bustos, comunicando la derrota de las tropas santafesinas: “Resolví esperar al enemigo en este lugar de la Herradura, por ser campos de muy buenos pastos, y tener mis flancos y retaguardia por un recodo del río”.
Don Ramón dejará no pocos testimonios de esa vida rural. “Yo mismo conduzco los bueyes, abro el surco inicial y doy el primer golpe de pala para cavar los cimientos de la nueva vivienda. Es un juramento ante mi propia voluntad…”. Así el “pajonal salvaje y estéril se convierte paulatinamente en prado de cultivo y cría, y surge el agua en el páramo indígena”. Allí forma la familia, y si bien a veces tiene como aliados al sol, el suelo y las lluvias, otras veces se hacen esperar, pero la paz del campo no lo hace “nunca sufrir”, escribió.
Reconoce en esas páginas carecer de conocimientos agrícolas en ese momento, pero trabaja con empeño y suerte; agrega: “confío en el saber y experiencia de viejos vecinos y amigos”. Pronto se apercibe que esta gente nace y vive en el campo y a veces también tenía ideas equivocadas, y prejuicios que llevan a errores y comienza a buscar información ilustrada. A tal punto llegó el conocimiento que adquirió este político, abogado e historiador sobre temas agropecuarios que desde octubre de 1921 hasta ese mismo mes de 1924 fue decano de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires.
El campo se vuelve para él “una fuente espiritual, un centro de afectos sanos y fuertes. No pretendo la gran fortuna, nunca la busco. Me basta el bienestar que conserva la dignidad y la altivez”, y apunta esta frase “el enorme desnivel entre la riqueza personal y la pobreza de la masa es el gran dolor de nuestra civilización”. Procuró en todo momento el bienestar de esa comunidad alrededor de la estación del ferrocarril, tarea en la que su mujer Anita, fue colaboradora asidua y Miguel Ángel, su hijo, apenas lo permita la edad, “el compañero de laboratorio”. Éste que siguió sus huellas relató alguna vez: “Muy joven me atrajo la vida campesina. A orillas del Río Tercero aprendí las faenas rurales. Fui jinete y enlazador en los campos de La Herradura donde pastaban grandes rodeos y crecían inmensos trigales. En los rastrojos hallábamos sables y tercerolas herrumbradas, restos de los famosos combates entre los caudillos Bustos y López. Eran documentos vivos de la historia nacional”.
La localidad de Ramón J. Cárcano empezó con los años a declinar como sucedió con muchas poblaciones del interior. El 1º de junio pasado a iniciativa de la bisnieta de don Ramón, Anne Marie Ward Cárcano, el pueblo se transformó con edificios pintados y calles arregladas. La cripta en la iglesia local donde descansan Cárcano, su mujer Ana Zumarán y otros familiares fue puesta en valor y celebró todo esto con una misa, un desfile de agrupaciones tradicionalistas encabezado por Anne Ward, y la presencia de escuelas con música y un almuerzo popular.
Anne expresó su compromiso. “Veíamos que el pueblo se estaba decayendo desde el cierre de la estación, no podía permitir que se perdiera, por eso organizamos esta fiesta para reunir a la comunidad y a los que quieren a Cárcano, queremos que este pueblo crezca y sea un hermoso lugar para vivir”. Los habitantes no llegan a las 60 personas, pero ese día se juntaron varios cientos, felices del deseo y del impulso que puso sobre sus hombros la familia fundadora, y quedó la promesa de repetir anualmente este encuentro, que revitalizó las tradiciones de los pueblos rurales, un ejemplo para imitar en distintos lugares del país.