¡Te parece que estarán?”. Las dudas de este cronista duraron poco. “Venite que están mejor que en el verano”, invitó El Tuba, guía de referencia a la hora de hablar de fly cast en la albufera de Mar Chiquita, marcando una tendencia que se viene dando en los últimos años al compás del cambio climático que llega modificando los manuales de pesca en todos los ámbitos.
No hubo que insistir más antes de encarar por la Autovía 2 hasta Santa Clara, y de allí por Ruta 11 hacia el recreo San Gabriel, epicentro de la movida lenguadera en fly en este ámbito único, una de las cuatro albuferas que hay en el mundo. Con su mix de especies de agua dulce y salada, avifauna de lo más diversa (que incluye postales surrealistas como las de un ñandú vadeando entre flamencos), mamíferos y peces de origen marino y dulceacuícolas entreverados, la albufera es una verdadera caja de sorpresas para el pescador y amante de la naturaleza.
Mejor “reforzarse”
Por caso, pese a que con lenguados un equipo Nº 6 de flycast será más que suficiente, elegimos usar cañas 8 ante la posibilidad de toparnos con enormes corvinas negras, que en sus incursiones a estas aguas bajas para predar cangrejos y almejas navajas, son una opción posible para pescarlas con mosca. Pero claro… una cosa es que las tome y otra es sacarlas afuera. Estos colosos que pueden pasar los 10 kilos no son fáciles de domar. Por eso la precaución de ir reforzados. Como decían las abuelas, que sosobre y no que fafalte.
El caso es que partimos con El Tuba, titular de la empresa Saltwater Experience Argentina, junto a Nadir Dupuy, del recreo San Gabriel, hacia la derecha, sin navegar más de 5 minutos antes de tirar el ancla y arrancar con el vadeo en los primeros intentos. Nos acompañaba Silvia Abraham, la profe (de inglés), que mostró sus virtudes haciendo fly.
La primera hora, digamos entre las 8 y la 9 AM, no hubo respuestas. Nos movimos apenas unos 500 m. Es que el lenguado suele apostarse en determinados pasos y las manchas de chatos (léase: amontonamiento de ejemplares) hacen que donde logremos un par de piques posiblemente haya muchos más ejemplares. Esto obliga a que la técnica de pesca sea la de un barrido minucioso, abanicando la zona por donde luego vamos a pasar. Caminar y caminar pisoteando el área es un error: es posible que terminemos espantando o alertando a mucho pescado que podría haber sido una potencial presa.
Finalmente, El Tuba –cuando no– pega el grito pidiendo copo para la primera captura. Caña arqueada a pleno –porque pese a usar un equipo 8 no perdemos sensación de lucha– y primer indicio de mosca rendidora: una Clouser Minnow de tono rojo. En la albufera suelen andar dos colores: rojas o verdes. Siempre es clave preguntarse en los primeros piques con qué color de moscas picaron, pues es probable que si optan por moscas rojas prefieran sólo esas desechando las verdes, o viceversa. E, incluso, en algunas jornadas nos ha pasado que al arrancar en condiciones de aguas calmas prefirieran rojas, y por la tarde y con viento tomaran sólo verdes.
Si hay uno, hay más
La primera emoción del día vino seguida de un par de capturas más, incluso con un doblete que logramos al unísono con Silvia. Como dijimos, el lenguado es de hábitos gregarios y es probable que donde pesquemos uno salgan más. Es cuestión de trabajar la zona hasta que esté muy alterada y deje de darnos capturas, momento en el cual será oportuno cambiar.
Así lo hicimos trabajando diversas áreas ubicadas de San Gabriel a la derecha, para pasar luego a la zona de La Ultima Goma y La Canchita. Pero en otros momentos del año –y aquí también es clave contar con guías que entren con suma frecuencia para evitarnos horas de búsqueda infructuosa– también por Punta Pejerrey y Punta Ondina.
Cuando hay mareas grandes, el lenguado entra bastante en la laguna (en rigor una albufera es laguna costera marina), que se extiende por 30 kilómetros continente adentro en paralelo a la costa. Por eso es tan impredecible esta pesca, porque al depender de mareas, temperaturas y humores de estos raros peces que a veces están pero no quieren, la pesca nunca está garantizada.
Por eso no está mal llevar un plan B: así como hablamos de la chance de pescar corvinas negras superlativas, también es bueno contar con un equipito 3 o 4 para pescar pejerreyes, que abundan por todo el ámbito y toman moscas de muy buen agrado. La albufera, como lugar de aguas mixohalinas ha generado un pejerrey con características de especiación propias, mal llamado híbrido, que sólo habita en este ámbito, según demostró el científico Mariano González Castro. Este pejerrey, de boca pequeña, es todo un desafío para pescar en fly y brinda peleas muy bravas.
Mates y revancha
Tras los mates con bizcochos que oficiaron de almuerzo y nos devolvieron el alma al cuerpo luego de largas caminatas con el agua a la cintura, volvimos al ruedo. “Quedate cerca nuestro”, invitó El Tuba a Silvia, pero la pescadora tenía inquietudes propias y encaró para otro lado. Conocedor de su ámbito, El Tuba y quien esto escribe, pescando a pocos metros uno del otro, comenzamos a lograr capturas mientras que la buena de Silvia se quejaba por la ausencia de ataques.
“Venite que acá están”, le gritó Cristian (El Tuba), y ella hizo caso… pero con una particularidad: no recogió su mosca, simplemente se puso la caña al hombro dejando extendida la cola de rata y el leader con la mosca, como flameando en el agua metros atrás de sus pasos.
“Enganché un bochón”, dijo en un momento. Nos dimos vuelta para verla y notamos que la punta de la caña se batía nerviosa. “¡Clavá que es lenguado!”, ordenó el guía y allí se inició una batalla épica con un lenguado que andaría en los 5 kilos. El Tuba corrió a la lancha para asistirla con el copo mientras Silvia peleaba su insólita captura. Sin embargo, a pocos metros de llegar a asistirla, la presa se soltó… fue una decepción para todo el grupo. Pero habría revancha.
Rato después el guía gritó: “Tortaaaaaa”, nombre que se le da a los lenguados grandes. Me acerco a copear su presa y efectivamente un lenguado de 3,5 kilos rompió la monotonía de ejemplares de 1 a 2 kilos que eran los que veníamos sacando. Abrazos, fotos y a volver a intentarlo. Rato después tuve suerte yo con otra presa similar. Es indescriptible la sensación de la pesca al vadeo de lenguados, en estas aguas bajas y bastante transparentes donde se ve al plato viniéndose hacia la posición de uno o, en contrario, sacando línea con energía. Esto hace disfrutable cada captura de estos seres que, al cazar camuflados mimetizándose con el fondo, a veces pican tipo tarariras cuando estamos por levantar la mosca, a pocos metros de nuestros pies.
El timing para clavar
Por último, la experiencia y la sucesión de capturas irá marcándole al pescador la diferencia entre clavar un bochón o tener un pescado del otro lado, cada vez que algo nos detiene la mosca en un stripeo. Es conveniente no clavar de inmediato y esperar un segundo para que se acomode el artificial en la boca, para luego clavar con la mano que tiene la línea antes de levantar la caña manteniendo la tensión de una pelea donde habrá saltos, buceos rabiosos y –también hay que decirlo– capturas logradas y perdidas.
En conclusión, dependerá de cómo se comporten las mareas y temperaturas para saber si habrá un parate de lenguados en los meses fríos o seguirá la fiesta como al cierre de esta edición. En cualquier caso, los primeros calores primaverales invitarán a seguir visitando un espejo muy sorprendente en biodiversidad y situaciones de pesca, donde la vida nos maravilla en todo su esplendor en cada rincón donde uno mire.
Cada vez que nos movíamos de lugar, antes de bajar a vadear con la de fly, hice intentos con señuelos de vinilo y cranks de paleta bien corta y cuerpo alargado, imitando alevinos de pejerrey. Quería sumar otra técnica de captura para tentar a aficionados que no practiquen pescas mosqueras. Pero por desgracia, esta vez no hubo respuestas en spinning.