Faltaban 28 días para el 17 de octubre de 1945, la jornada que partió en dos la historia de un siglo. La carrera de Juan Domingo Perón hacia el poder se aceleraba. No lo veía quien no quería. Un acto masivo el 12 de julio había puesto en claro quién era el líder elegido y los trabajadores ya se llamaban a sí mismos “peronistas”. Dos meses y una semana después llegó la respuesta a esa jornada proclamatoria. Fue, según los registros, la movilización más multitudinaria vista hasta entonces en la ciudad de Buenos Aires. Una marcha contra el gobierno militar que comandaba Edelmiro Farrell. Aunque el destinatario principal no era el general, sino el coronel.
Se llamó Marcha de la Constitución y la Libertad e igual que los muchachos peronistas del 12 de julio, estos manifestantes en las antípodas llevaron letreros con el retrato de José de San Martín, el gran héroe en disputa. Salvo algún coincidencia así, el cariz fue absolutamente diferente. Por la propia masividad nadie podía afirmar que era una movilización solo de pitucos y pitucas (como quienes vitoreaban desde los balcones), pero tuvo rasgos particulares. Ese día se cantó La Marsellesa (bueno, también el Himno nacional) y el desfile, esa palabra que usaban los diarios para designar también a las marchas políticas, terminó en el distinguido barrio de la Recoleta.
El mitín (otro término muy de la época, adaptado del inglés) tenía antecedentes cercanos, como un acto para festejar la rendición de Japón y otro para homenajear a Roque Sáenz Peña, el impulsor de la ley de voto universal secreto y obligatorio para varones. En realidad, eran excusas para juntarse a protestar contra el Gobierno. En los primeros días de septiembre los opositores habían llevado las manifestaciones al interior, con actos en Córdoba, La Plata, Rosario, Santa Fe y Paraná. En Buenos Aires, el Partido Comunista hizo su primera concentración pública después de años de clandestinidad, en el estadio Luna Park. Invitó a varios dirigentes conservadores y se exhibieron retratos de Stalin, Churchill y Roosevelt, lideres de las naciones triunfantes en la Segunda Guerra Mundial, con la leyenda: «Contra el fascismo, sigamos su ejemplo«.
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En la «gran marcha» que llegaría aquel 19 de septiembre de 1945, participaron la mayoría de los partidos políticos del país, entre ellos el Partido Socialista, la UCR y el Partido Demócrata Conservador. Desde un planteo de «normalización del Estado Democrático«, exigían el fin del Gobierno de la Revolución del ’43, del que Juan Perón era un figura central. Los avances sociales y laborales que había producido con sus políticas, en especial desde su rol como secretario de Trabajo y Previsión, habían disparado su creciente popularidad entre las masas trabajadoras, que sentían que su vida había cambiado gracias a ese v coronel sonriente y de actitud campechana.
El vicepresidente Perón era además el ministro de Guerra y en ese papel había sido clave para que el Gobierno terminara declarándole la guerra al eje alemán-japonés. Pese a eso, sobre el régimen seguía pesando la acusación de una simpatía con el nazismo, ya derrotado en la contienda. La marcha también fue parte de ese clima triunfalista a nivel mundial, mientras que en casa, el objetivo era concreto: que el poder pasara temporariamente a la Corte Suprema y que se llamara a elecciones sin la participáción de miembros del Gobierno. Es decir, sin Perón.
La autoridades aseguraban que en el país regía una absoluta libertad y aunque la temían masiva, no había argumentos para prohibir la marcha. Entonces, la autorizaron. Las adhesiones llovieron. Por supuesto estaba la Sociedad Rural, enfrentadísima con el Gobierno luego de la sanción del Estatuto del Peón Rural. Y todas la entidades que un tiempo antes habían publicado un Manifiesto de la Industria y el Comercio donde explicaban, para pasarlo en limpio, el riesgo que representaba el coronel Perón. La difusión que tuvo la movilización fue muy grande, tanto a través de las noticias de los diarios como en las columnas pagas para convocar.
Y llegó el día. “Fue una demostración política, pero ni Bond Street podía haber hecho una exhibición tal de modelos y ni aún Mr. Cochran, el conocido empresario teatral, lograría reunir tantas mujeres bonitas para exhibirlas en una mezcla semejante de pasión política y de alegría” escribió el corresponsal del Daily Mail sobre la movilización. Lo cita Félix Luna en El 45. El historiador agrega que la concurrencia «era, a ojos vista, de clase media para arriba. Sin embargo, para juntar unas 200.000 personas no se puede echar mano solamente a la clase media y también había ferroviarios con overalls y municipales con sus mussolinos y tranviarios con sus grises uniformes, con el aire serio y disciplinado de los militantes de izquierda».
Es decir que, aunque su presencia no era la preponderante, muchos trabajadores organizados asistieron a la marcha. Pero la mayoría eran quiénes estaban en sindicatos controlados por el Partido Comunista.
«¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los ellos!”: el discurso más furioso de Perón
Entre unos y otros, el despliegue fue impresionante. Camiones con altoparlantes transmitían marchas y consignas, que los asistentes aprendían de los papelitos que repartían con las letras. Cientos de militantes de “seguridad” se apostaban el las esquinas para prevenir las “provocaciones”. En los carteles no solo estaba San Martín. El elenco de figuras de la historia, muchas representadas con unas cabezotas de cartón, se completaba con Belgrano, Moreno, Rivadavia, Echeverría, Mitre, Urquiza, Sarmiento y Roque Sáenz Peña,. También había letreros con fragmentos de la Constitución Nacional. El ambiente universitario tenía una fuerte participación, igual que el de la comunidad tribunalicia.
Una marea hacia la Recoleta y la siesta del coronel
La movilización empezó en la Plaza Congreso, con una proclama, que se leyó a las tres de la tarde. Después, la marea caminó por Callao. En la esquina de Corrientes se sumó una gran cantidad de personas. La expectativa en ese tramo era llegar a la esquina de Viamonte, al edifico de Ministerio de Guerra. En ese lugar, sabían, estaba Perón.
Hubo gritos y abucheos y dicen que el destinatario llegó a ver a los integrantes de la primera línea, pero después de desentendió. El general Raúl Tanco contó que se había dado la orden de cerrar ventanas y visillos para evitar problemas. «El coronel Perón trabajaba con sus colaboradores. Nosotros estábamos algo nerviosos por los acontecimientos, mientras que él aparentemente le restaba importancia al asunto. Me convencí de ello cuando me dijo. ‘Yo me voy a dormir, ustedes miren, calculen y después me informan«. «Un par de horas más tarde -recordó Tanco- cuando la marcha había terminado, fuimos a comentársela y él estaba roncando tranquilamente en el dormitorio que tenía instalado al lado del despacho».
Cuanto más al norte, más gente. Aristócratas como Joaquín de Anchorena o Antonio Santamarina se mezclaban con dirigentes como el socialista Alfredo Palacios. En Melo, muchos asistentes se sorprendieron al ver a Arturo Rawson arengando a la gente. Primero lo silbaron porque había sido el ejecutor material de la Revolución del 43, incluso con una presidencia no formalizada de tres días, Hasta que se dieron cuenta de que hacía rato estaba con ellos. Distinta fue la suerte del expresidente Pedro Pablo Ramírez, a quien divisaron en un balcón.
En un discurso, Perón había identificado a los convocantes como integrantes de “oscuras fuerzas de regresión” y y como «plutócratas egoístas”. Advirtió que podía haber «desorden y lucha». También apeló a la frase “de la casa a la trabajo y del trabajo al hogar” para desalentar la participación de trabajadores. Además, hubo un paro de tranvías, que complicaba la asistencia. La huelga tuvo eco en cánticos como: «Con tranvía o sin tranvía/ se quedaron en la vía» o «Juancito, yo te decía/que sin tranvía igual se hacía». Este último estribillo ponía en evidencia contra quién era, principalmente, la movilización.
«Desde el cabo al coronel/que se vayan al cuartel»; «Votos sí/botas no», eran otras estrofas, que se escuchaban entre los carteles que decían «pueblo libre, prensa libre» o cosas como «el nazi de ayer no puede ser el demócrata de hoy».
Uno de los cánticos preferidos de la multitud fue una versión de La Cucaracha: «Perón y Farrell/ Perón y Farrell/ ya no pueden gobernar/porque no tienen/ porque les falta/ el apoyo popular».
«Braden o Perón»: los meses febriles del embajador «cowboy» que desafió al Coronel y perdió
La marcha duró unas dos horas y media y terminó en Plaza Francia, donde se leyó otra proclama y se produjo una «jura» masiva por «la libertad, el progreso y la justicia» ¿Cuánta gente hubo esa tarde? La Policía le bajó la escala a la manifestación con la cifra de 65.000 personas. Los organizadores exageraron con el número de 500.000. La realidad debió haber estado por el medio.
Como el embajador norteamericano Spruille Braden se había convertido en una especie de líder, o al menos referente de la oposición, algunos relatos lo ubican como uno de los presentes en la marcha. Pero él lo negó al comentar que en esas horas había estado reunido en el Plaza Hotel con funcionarios de la Cancillería.
«La Marcha de la Constitución y la Libertad fue una sonora bofetada el gobierno de Farrell y reveló el grado descontento popular con las autoridades militares. Los opositores políticos, en su euforia se habían convencido de que las carreras políticas de Farrell y Perón habían terminado», explica Joseph A. Page en su extensa obra Perón, una biografía. Una de las reacciones a lo que Page llama «el putsch putativo» fue el reestablecimiento del Estado de Sitio.
Pero aunque ese día se anotaron un triunfo en la calle, los pronósticos de los opositores no acertaron. Faltaba menos de un mes para que se desatara eso que Félix Luna llamó, con un acierto que hizo perdurable la definición, «el huracán de la historia«.
LT