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Reimaginar la agricultura para los jóvenes

ROMA – ¿Está destinado a desaparecer el sector agrícola? A nivel global, la edad promedio de los agricultores no deja de subir y ya se acerca a los 60 años en los países desarrollados. Esto deja a un sector que aporta alrededor de una cuarta parte de los empleos del mundo en una situación crítica: si no logra atraer a grandes cantidades de jóvenes, podría entrar en un declive pronunciado.

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Lo prometedor es que el 16% de la población mundial –unos 1.200 millones de personas– tiene entre 15 y 24 años, y muchos de ellos tienen serias dificultades para conseguir trabajo, sobre todo en los países en desarrollo. En África, por ejemplo, las personas menores de 25 representan cerca del 60% de la población, y alrededor de un tercio de quienes tienen entre 15 y 35 años están desempleados.

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Sin embargo, los jóvenes de los países en desarrollo siguen abandonando las zonas rurales para buscar trabajos mejor pagos y con mayor prestigio en las ciudades o en el exterior. Este patrón migratorio viene contribuyendo desde hace décadas a la caída global del número de jóvenes que trabajan en la agricultura y viven en áreas rurales.

En Kenia, el empleo agrícola juvenil cayó fuertemente: del 58,9% en 1990 al 28,5% en 2020. En Europa, la población rural joven (15 a 24 años) se redujo en 1,7 millones entre 2013 y 2019, y en 2025 apenas el 12% de las explotaciones están gestionadas por menores de 40. En el sudeste asiático, los jóvenes rurales eran solo el 7% de la población en 2020 (contra el 16% en 1950), y en Japón apenas el 11% de los agricultores tiene menos de 50 años. En América Latina, se estima que 1,2 millones de jóvenes dejarán la agricultura hacia 2030.

Atraer nuevas generaciones a la agricultura requiere un cambio de paradigma: hay que reimaginarla como una primera opción para los jóvenes –en la frontera del desarrollo económico y con oportunidades atractivas en toda la cadena de valor–, y no como un último recurso. La agricultura no es solo producir alimentos: también genera empleos en procesamiento, transporte, comercio y otras industrias vinculadas.

Además de su impacto en el empleo, un sector agrícola dinámico mejora el bienestar general. En los países de bajos ingresos, el crecimiento agrícola es entre 2 y 3 veces más efectivo para reducir la pobreza que el crecimiento en otros sectores. Y una mayor productividad en el campo es clave para mejorar la nutrición y la seguridad alimentaria.

Pero el sector arrastra un problema de imagen. Muchos jóvenes lo ven como algo sucio, poco tecnológico, mal pago y sin prestigio: lo opuesto al “trabajo moderno”. Si los gobiernos realmente quieren atraerlos, deben mostrar la rentabilidad, amplitud y escala de la agricultura. Eso implica reformas en la tenencia de la tierra, mejores salarios y apoyo emprendedor.

Demasiado a menudo, sin embargo, las políticas públicas se enfocan en actividades agrícolas de bajo retorno que ofrecen poca estabilidad financiera o proyección de carrera. En lugar de alentar solo a cultivar o criar animales, los jóvenes deberían ser orientados hacia las actividades fuera del campo que están creciendo rápidamente gracias a la urbanización, los avances tecnológicos y la demanda de alimentos de origen local: procesamiento, envasado, almacenamiento y distribución (como mercados urbanos). Un ejemplo: en Ghana, la cooperativa Kuapa Kokoo, líder en pequeños productores de cacao, invierte en plantas de procesamiento locales para mejorar los ingresos de agricultores y trabajadores.

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En el Delta del Mekong –el granero arrocero de Vietnam y una de las regiones agrícolas más importantes de Asia–, pocos jóvenes quieren trabajar la tierra. Ven su futuro en servicios agrícolas, investigación y agronegocios. De hecho, las startups agrotecnológicas ya están transformando las cadenas de suministro en Vietnam, ayudando a pequeños productores y cooperativas a acceder a financiamiento y mercados de exportación.

El desarrollo de soluciones digitales es clave para garantizar la sostenibilidad de los pequeños productores y ampliar la industria. En Croacia, software especializado para cadenas cortas automatiza entregas, retiros y contabilidad, liberando a los agricultores para concentrarse en producir. En Colombia, una app de bajo costo ayuda a los citricultores a mejorar la calidad de sus cultivos y a acceder a mercados conectándolos con agrónomos y comerciantes. Y en África, donde el procesamiento y la logística ya representan el 40% de la cadena del campo al mercado, florecen plataformas que vinculan a los agricultores con maquinaria y compradores.

Seguir expandiendo estas actividades daría empleo mejor remunerado y calificado a los jóvenes, tanto rurales como urbanos, y sería una señal clara de que la agricultura es mucho más que labrar la tierra. Pero para eso se necesitan políticas públicas que les den a las nuevas generaciones los recursos y habilidades –digitales y de otro tipo– para modernizar el agro y construir negocios innovadores y sostenibles. Es hora de reconocer la necesidad de involucrar a los jóvenes en la agricultura y los sistemas alimentarios, tanto para crear empleos dignos como, más fundamentalmente, para alimentar al mundo.

*Economista jefe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Proyect Syndicate

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