La disputa en torno a la herencia de la reconocida ensayista e investigadora Beatriz Sarlo sumó recientemente un nuevo giro, luego de que se diera a conocer la aparición de una prima de la escritora, quien reside en la Patagonia. Según trascendió, esta familiar ya habría iniciado acciones legales con el objetivo de reclamar una parte del patrimonio.
La jueza Cecilia Kandus, a cargo del Juzgado Civil N° 24, había emitido una resolución que limita el acceso público al expediente judicial (identificado como 2537/2025), una medida que busca resguardar la privacidad de la figura de Sarlo.
A pesar de esta restricción, el diario La Nación dio a conocer la novedad tras consultar fuentes judiciales porteñas, confirmando así la participación de esta nueva heredera en el ya complejo proceso sucesorio.
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La prima, según indican las fuentes, habría realizado una presentación formal ante la Justicia y cuenta con asesoramiento legal. Su irrupción altera de manera significativa el panorama de la sucesión.
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La Izquierda Diario
La abogada de la prima, junto con los representantes legales del encargado del edificio donde vivía Sarlo, habrían solicitado que se excluya del reparto de bienes al exmarido de la escritora, Alberto Sato. También se habría cuestionado la validez de un supuesto testamento ológrafo presentado por Melanio Alberto Meza López, portero del inmueble. En ese documento, Sarlo supuestamente dejaba en manos de Meza López su departamento y su gata, llamada Nini.
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El mismo medio informó que Alberto Sato, quien contrajo matrimonio con Sarlo en 1966, también reclama parte de la herencia. A pesar de haber estado separados por décadas y de que ambos formaron nuevas relaciones, el vínculo legal del matrimonio aún vigente podría darle ciertos derechos sucesorios, aunque su situación jurídica todavía está en evaluación.
Una prima en la Patagonia
La posición de la prima de Viedma es particularmente delicada desde el punto de vista legal. En Argentina, los primos no están considerados herederos forzosos y solo pueden acceder a la herencia en ausencia de herederos directos como hijos, padres o cónyuges. En este caso, la presencia de Sato y Meza López complica su pretensión, en un proceso que promete convertirse en una larga y disputada batalla judicial.
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Ernestina Susana del Río, de 87 años, residente en Viedma, es hija de Jorge del Río, uno de los tíos maternos que Sarlo menciona en No entender. Memorias de una intelectual.
Viedma
«Un hermano de mi madre, Jorge del Río, había participado en Forja, luego fue militante nacionalista de ideología democrática, hasta convertirse en el peronista de la familia -lo describe la sobrina-. En aquel entonces, la palabra ‘populista’ no se usaba con la abundancia a la que hoy estamos acostumbrados por precisión o por pereza, pero mi tío no habría tenido inconveniente alguno en aceptar ese rótulo”.
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En el quinto capítulo de su libro póstumo, “Tableros, postales y música”, la autora se refiere a su prima Susana, a quien considera una de sus “maestras”. Como Sato, Del Río estudió Arquitectura en la Universidad Nacional de La Plata.
Le escribe una carta. “Querida Susana, la última vez que nos vimos fue a mediados de los años setenta, en una circunstancia triste. Pero no creas que aquella es la única imagen que conservo. Tengo muchas imágenes luminosas. Te recuerdo como la prima que suscitó mi fascinación por la arquitectura».
«Y hoy me parece justo agradecértelo. Vos trabajabas en el altillo y yo me paraba al lado de tu tablero, colocado a la izquierda de la ventana desde la que se veía el jardín de adelante, para mirar cómo dibujabas, cómo deslizabas la regla T y usabas los compases, o cómo armabas las maquetas para las ‘entregas’. Me contabas cosas de la facultad y, si había cerca algún libro con el cual estabas preparando un examen de historia, yo lo hojeaba. Escuché el nombre Le Corbusier por primera vez en mi vida en aquel altillo. Después de esa iniciación (vos tendrías 20 años y yo, 13 o 14), nunca disminuyó mi interés por la arquitectura hasta hoy. Por eso, te lo atribuyo y te lo agradezco, porque se despertó en ese altillo de la calle Tronador. A las 5, tu madre, mi querida tía Rosita, nos llamaba desde la cocina para tomar el té”.